domingo, 23 de marzo de 2008

Santiago-Curicó, ida y vuelta

El tiempo pasa rápido, tan rápido que apenas alcanzo a dar una vuelta, sonreir y ya han pasado más de dos meses que no escribía. Supongo que he estado bien que, como te he contado, los días se suceden inagotables y caóticos, uno tras otro.
Si es verdad. Cada uno de ellos se parece peligrosamente al anterior en mi memoria, y ya nisiquiera recuerdo si estas palabras de hoy han sido ya escritas muchas veces.
O si por el contrario, son una creación nueva y única, producto de los acontecimientos que día a día me llenan, de esos detalles que mi memoria olvida, pero que las letras no.

Busco, busco con desesperación las sensaciones, los sabores, los colores que han despertado mis sentidos en estos meses, y no encuentro más que los de siempre.
Santiago sigue tan caluroso como todo el verano, aunque las mañanas ya están volviéndose más frías: es inminente que el verano acabará por cederle paso al otoño.

Me despierto ansiosa cada mañana, todos los días con la esperanza que hoy si llueva, que hoy si esté nublado. Que hoy por fin pueda regocijarme con una brisa húmeda que estremesca mis pasos sobre el suelo mojado.La ciudad es protagónica. La ciudad tiene su vida propia, se mueve, se contagia, tiene su propio ritmo.

Este fin de semana de semana santa, estuve en Curicó. Es una ciudad chica, cerca de la capital, pero chica. Con otras armonías, otros sabores. El aroma de la vejez que se respira en cada paso, las líneas férreas casi abandonadas, las tareas propias tan ajenas a las de Santiago.
Cortar leña para prepararse para el invierno, limpiar la chimenea, recoger de los árboles las últimas frutas de la temporada, antes que la lluvia las transforme en comida para las gallinas.
Las noches en vela de mi abuelo, el ruido del tren en la madrugada, los perros vagos y las ollas de comida que prepara mi abuelita para el almuerzo.
Es como un viaje a otra época, a otra realidad que me es ajena, pero que de todas formas me alimenta y forma parte de mi vivir.
Imagínate que hasta la iglesia estaba llena para la vigilia pascual.

Extraño.
Pero ya estoy de vuelta en Santiago, de vuelta a mi vida y a mis quehaceres. A mi gente y a mi trabajo. A volver a sentir que la vida se me está pasando y no logro volverla suficiéntemente notable, como para que la próxima vez que te escriba recuerde que ha sucedido.