sábado, 12 de enero de 2008

Recuerdos de Ciorán

Claramente, la llegada del nuevo año no es para mi ni tan especial, ni tan atractiva.
Es más una época de nostalgia, en la que añoro volver a ser niña, cuando nada nada importaba demasiado, cuando me acostaba con los pies acalambrados de tanto haber jugado, cuando veía a mi familia de una forma muy distinta a como los veo ahora.

Es parte del crecer, desilusionarse y ver como tus superhéroes de antaño se convierten en simples personas. Con más defectos que virtudes, lejos de lo que un día pensé.
Ver a mi familia envejecer, cada uno con nuevos problemas, la llegada de nuevos individuos, la pérdida de la unidad.

Porque aunque hoy, como antes, aún seguimos reuniéndonos, me queda la triste impresión que es porque mis abuelos están demasiado viejos y sigue siendo ese el compromiso.
Pero lejos de estar juntos por quererlo así.

Mi mirada, que se vuelve cada día más crítica, empaña esos momentos.
Y hago un esfuerzo por volver a entusiasmarme, por interesarme, porque se que un día añoraré también los momentos que hoy vivo más por cumplir que por otra cosa.
Y leo tu relato y lo agradezoc. Por recordar que la vida pasa volando y que lo que hoy tengo me puede ser despojado en cualquier minuto.

Pero ya estoy en Santiago, en una de esas noches infinitas de trabajo y escritura.
Y pienso en todo eso, y me vuelvo a proponer el reencanto.

Y también creo que mi sentir va más allá de mi familia y de haberme convertido en una mujer demasiado exigente.
Quizás he perdido la capacidad de impresionarme, demasiado realista, demasiado especuladora.
Y eso en todo orden de cosas.
Se me vivne a la mente un escrito de Cioran que alguna vez fue mi consigna:

(..) De los hombres, solo me interesan aquellos cuya existencia conforma una serie de encrucijadas, solamente los hombres que tienen destino, cuya vida se dilata tanto, que ya no pueden dominarla de modo alguno.

Que nuestra presencia sea una repimenda, un miedo, una congoja, un extasis o una alegria.

Que nadie sepa cuanto tiempo vamos a vivir, lo que vamos a hacer, como vamos a pensar, sino que solo el miedo y la alegria por nuestras caidas y elevaciones hagan de nuestra existencia una sorpresa continua, una zozobra extraña.

Ser para otro motivo de alarma, de presentimientos, de meditación, de odios y de entusiasmos, que nadie este seguro del camino por el que vamos ni del que emprenderemos.

Que nuestra existencia sea un problema tan irresoluble que nisiquiera la muerte pueda resolverlo nunca, sino que nuestra ausencia física aumente el tormento de lo ininteligible.

Todos los hombres que no tienen un destino, pisan con paso firme la existencia, tienen la seguridad que ellos han de llegar a alguna parte, porque el final está implicado en la premisas de su ser.

Sin embargo, ese hombre es para si mismo una intranquilidad absoluta y una ocasión de intranquilidad para otros.

En él, el temblor de la individuacion es una alucinación, un extasis, un ensueño o una explosión, una creación infinita, una nada que se vuelve ser.

Y entonces se formula a ese hombre la última pregunta: si el mundo fue creado o si todavía no ha sido. (...)



¿Qué crees tú?

Lejos, lejos me siento de aquellos días... en que mis ideales eran puros e intrransables, en que cada día era una nueva aventura por vivir.

Un abrazo,
Mo

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